lunes, 13 de diciembre de 2010

Los techos





No sé muy bien por qué pero los techos de las ciudades (obviamente inexistentes) suelen tener un cierto atractivo para vecinos y turistas. Saber cuál es el edificio más alto, el punto desde el que observar las mejores (o al menos las más elevadas) vistas de la ciudad, es algo que se resalta en todos los planos turísticos y que la gente conoce como curiosidad que sacar en alguna conversación.

Durante siglos no había, o al menos decían que no debía haberlo, ningún edificio más alto que la torre de la catedral de turno. Pero eso fue cambiando y quizá una de las mayores controversias fue la de la Torre Eiffel de París. Construida con la previsión de ser desmontada, el elevado coste de esa operación fue su salvación y se mantuvo en pie. Durante más de 30 años fue la construcción más alta del mundo, por lo que también era, obviamente el edificio más alto de París. Por primera vez una construcción se elevaba por encima de Notre Dame, un auténtico escándalo en su momento.

El Duque de Lerma es, sin duda, el techo de Valladolid. Abandonado durante años, siempre que lo miro recuerdo aquellos huecos sin ventanas y las pintadas gigantes reclamando el 0,7% (qué ha sido, por cierto, de una de las campañas solidarias más mediáticas durante años, qué fue de la Tasa Tobin, de ese 0,7% de las operaciones bursátiles y los presupuestos de los estados ricos para subsanar el desastre en el que viven los pobres?). Ahora, el Duque de Lerma es un bloque más de viviendas y si no fuese por su altura pasaría desapercibido en una cuidad con demasiados bloques impersonales.

A veces, para poder ver bien los techos de las ciudades hay que esforzarse, hay que subir, a su vez, a un punto alto desde el que poder observar aquello que está aún por encima de nosotros. En algunos casos, para llegar hasta allí, hay que pedalear por rampas que parecen paredes.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Primeros pasitos




A veces eres conscientes de cuándo los das, otras no. Pero están ahí, poco a poco sirven para que avances, más rápido o más despacio cada uno encuentra su ritmo, solo o en compañía, y vas diseñando el camino, por un paseo marítimo o de las calles de Fermoselle a las de León.

A veces esos pasitos generan cambios leves, casi insignificantes, parte de una ruta, livianos puntos de giro en una película que se alarga más de la cuenta. Otras, son como una ola rompiendo con fuerza contra el muro construido para cohibirla pero, al mismo tiempo, para mostrar la potencia que tiene.



A veces somos así, como una ola que en medio del mar no parece gran cosa, que solo resulta un leve movimiento, pero que cobra su esplendor al estamparse contra una barrera imprevista, contra un obstáculo que buscas superar como sea.

A veces los primeros pasitos no son cambios leves, a veces cambian completamente el camino, la dirección y el ritmo y se convierte en una carrera y hacia otro lugar antes impensable. Sin prisa, eso sí, avanzan seguros como un equipo que solo pierde un partido de nueve, como una alegría constante que se estabiliza y te hace ver normal lo que antes no concebías.

A veces, la potencia de una ola controlada te permite llegar muy lejos...